“La libertad se encuentra en observancia
De las leyes. La práctica continua
De las virtudes, al ardiente celo
Por la común felicidad unida
Es lo que conforma el republicanismo (…)
La libertad sin leyes se destruye:
Sin virtud la república claudica.
Si apetecéis sed libres, sed patriotas.
Si patriotas, virtud es la divisa.”
Esta advertencia fue recitada en un escenario en 1824 y es parte del diálogo que concluye la tragedia Virginia, primera pieza teatral editada en Venezuela ese mismo año, escrita por Domingo Navas Spínola. A través de ella un intérprete dramático expresó el sentimiento y los deseos que animaban la creación de la República. La añeja referencia es un ejemplo de como el teatro, arte social por excelencia, ha sido espejo y guía orientadora de nuestros anhelos como venezolanos; huelga decir que el significado e intención de esta obra cuando asocia las palabras leyes, libertad y patriotismo, continúan vigentes doscientos años después, luego de las cinco veces que ha sido refundada nuestra nación, en un país en los que tales conceptos, aunque con ópticas que pueden ser antagónicas, se enuncian como centrales en el debate político y social.
Y es que a dos siglos del surgimiento de una escena nacional propiamente dicha, además de cumplir el propósito de entretener y divertir, el teatro ha servido de registro y testigo crítico del acontecer nacional, aún en los momentos más aciagos y contradictorios de nuestra historia. Hoy, Día Nacional del Teatro, es propicia la reflexión sobre la importancia y trascendencia de este arte, suma y síntesis de todos los demás, como factor que ha contribuido a identificar nuestro devenir e identidad como pueblo.
Pero además de lo anterior y a sabiendas de que, como dicen algunos, el día del teatro se conmemora cada vez que comienza una función, la efemérides de hoy tiene otros significados que debemos mencionar.
Conmemoramos hoy que el 13 de noviembre de 1828, desde Bogotá, capital de Colombia (llamada por los historiadores Gran Colombia) y a la cual estaba integrada Venezuela como departamento, el Libertador decretó la reconstrucción en Caracas del primer edificio teatral que existió en nuestro país una vez que nació como república, mismo en el cual se estrenaron las piezas dramáticas iniciales escritas por autores criollos.
Celebramos hoy a todos los que concurrimos a un escenario nacional como artistas, sea para criticar, recordar o reinventar la realidad, en la certeza de que otro mundo y otra sociedad son posibles.
Rendimos homenaje hoy a los y las teatristas venezolanos, tanto a los que tenemos una larga experiencia de décadas como también a los de la nueva generación que se integran a la profesión y en quienes reposa el futuro de los escenarios. Nos referimos a todas y todos, independientemente de la labor escénica a la que se dediquen y del lugar donde lo estén haciendo, sin olvidar a quienes partieron allende nuestras fronteras: actores, directores, técnicos, tramoyistas, dramaturgos, críticos, diseñadores, realizadores, titiriteros, docentes, administradores, productores… A todos y todas, en la creencia de que el milagro maravilloso de escuchar los aplausos después de una escenificación es solo gracias a la mancomunidad del entendimiento y la buena voluntad de un colectivo.
Les hacemos un reconocimiento por mantener viva la profesión, sea en los teatros de las grandes ciudades, como también en los salones, calles o plazas de los barrios y pueblos, improvisando escenarios en el afán de servir a sus comunidades, escatimando los gastos de la sobrevivencia personal para financiar una función, desafiando los riesgos de la terrible pandemia mundial para ofrecer su arte o exigiendo presupuesto e infraestructura cultural ante el escritorio de un decisor público.
También queremos hacer memoria de los teatristas fallecidos que partieron este último año a causa de la pandemia. Para ellos un amoroso recordatorio de quienes siempre nos sentiremos obligados con nuestro trabajo a suplir el vacío que dejaron, si acaso eso fuera posible.
Agradecemos y celebramos al público que asiste a las funciones, para confrontar las dudas y temores de la existencia o entretenerse escapando de ellas, gracias a las maravillas y posibilidades de la ficción dramática. Sus atenciones y aplausos son el principal combustible de los escenarios.
Interpelamos hoy a los gobernantes y legisladores, indistintamente de sus contradicciones y parcialidades políticas, para lograr más y mayores conquistas y aportes para el sector. Ciertamente se ha avanzado en el rescate de salas y la apertura de una institución educativa universitaria que contempla la enseñanza dramática en su pensum, pero ello no basta para los millones de espectadores potenciales del teatro venezolano, como tampoco para la gran cantidad de teatristas que hemos ejercitado el arte durante largo tiempo en muy duras condiciones.
La fecha es propicia para hacer énfasis en el actual debate para la aprobación en la Asamblea Nacional de una Ley para el teatro, larga y muy sentida aspiración del sector cultural, que ha movilizado un sinfín de propuestas de los profesionales escénicos de todo el país. La puesta en marcha de esta iniciativa no creemos que se deba a una coyuntura o interés político o sectorial en especial, sino a un deseo que durante muchos años y por diversas vías hemos expresado para reglamentar y hacer obligante la protección del arte teatral venezolano, lo cual motivó la elaboración de por lo menos cuatro anteproyectos que fueron ignorados en su momento. El debate sobre el proyecto de la Ley, además de ser importante porque implica una mejora del status de este arte y las obligaciones respectivas del Estado, a su vez debe ser causa y motivo crítico para repensarnos como artistas, espectadores y ciudadanos comprometidos con su época, para profundizar en el análisis del qué y el cuanto hemos hecho por mejorar la cantidad y calidad de los espectáculos. No nos bastará con que se apruebe una Ley para solucionar las carencias de la escena nacional. Una vez que se concrete dejando de ser una intención legislativa, debemos aprestarnos para que se cumpla.
Celebrémonos pues, este día y también cada vez que comience la función, invocando con optimismo por siempre la imaginación y la concurrencia colectiva de los sueños en el escenario.
Oscar Acosta